Propaganda from Beijing allied to Maduro: “humanitarian aid”, support to Telesur and use of its web to “advise” Europe, shed doubts on China’s role and U.S. response to COVID-19.
Andrés Cañizález
@infocracia
Desinformación en Venezuela: China en respuesta a COVID-19 reinventa su modelo
Propaganda de Beijing aliada a Maduro: “ayuda humanitaria”, apoyo a Telesur y uso de su web para “asesorar” a Europa, hacer dudar sobre rol de China y respuesta de EUA ante COVID-19.
Andrés Cañizález
@infocracia
En general, había una clara distinción. Rusia se ha dedicado a abarrotar las redes sociales y medios afines con diversas teorías sobre cualquier hecho, con el fin de crear confusión e incertidumbre en el público. China ha perfeccionado un modelo de control y censura. Esto último, sin embargo, parece estar en plena transformación en respuesta a la crisis global de COVID-19.
La Unión Europea, por ejemplo, en medio de la pandemia del coronavirus, ha encendido las alarmas ante la desinformación que generan Rusia y China. Aunque hasta ahora estos dos regímenes no actúan de forma sincronizada, Beijing también disemina versiones sobre la deficiente respuesta de Occidente ante la COVID-19. Así pone en entredicho la política de diversas naciones y de paso exalta SU “ayuda humanitaria”.
El 8 de septiembre, diversos medios de comunicación de Venezuela reseñaron la llegada de un séptimo envío de “ayuda humanitaria” de China. Este tipo de maniobra propagandística, con la cual el régimen chino intenta lavar su imagen ante el mundo se ha repetido en diversos países.
Teniendo como telón de fondo la COVID-19, con tantos señalamientos sobre la responsabilidad de las autoridades sanitarias y políticas de China, la ayuda del gigante asiático no ha tenido como destino solo a los países pobres del tercer mundo, también naciones europeas han terminado aceptando insumos y donaciones made in China.
Otra señal de la metamorfosis que vive China, en la expansión de su influencia informativa para presentar su versión de la realidad en Venezuela y América Latina, ha sido la incorporación de la agencia estatal de noticias Xinhua en un lugar destacado del sitio web de Telesur, canal regional del cual el régimen venezolano es el principal propietario, incluso con un subdominio (https://xinhua.telesurtv.net) algo que resulta bastante llamativo.
La crisis económica que padece Telesur, que incluso se quedó sin dinero para pagarle a su personal en medio de la pandemia del coronavirus, podría estar detrás de una decisión como esta, junto a la incorporación de un programa semanal de la CCTV-Español, un canal de televisión por suscripción operado por Televisión Central de China.
En ambos casos se trata de medios que forman parte del aparato de propaganda de Beijing. Como se mencionó al inicio, China se ha destacado por ser un régimen censurador y controlador de la información. La organización internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF), con sede en París, ha pedido de forma reiterada que la Unión Europea (UE) imponga sanciones a Xinhua y CCTV. El peso comercial de Beijing ha impedido hasta ahora que se le penalice por desinformar o censurar.
La UE, en cambio, sí ha presionado a las grandes plataformas de comunicación en línea (Google, Facebook, Twitter) para que estas actúen vicariamente en contra de la estrategia de desinformación de Rusia y China. En agosto pasado, por ejemplo, YouTube anunció haber eliminado 2.500 cuentas con origen en China dedicadas a desinformar.
En Beijing, han aprendido una estrategia que hasta hace algún tiempo era típicamente rusa. Diversas de estas cuentas se dedicaban a sembrar dudas e incertidumbre sobre la estrategia de Estados Unidos ante la COVID-19.
Conviene repasar los antecedentes generales. La falta de libertades es lo que distingue a China desde que se instauró el régimen comunista en 1949. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 ha sido letra muerta en el gigante de Asia.
La censura en China, en un marco general de libertades ausentes, se ha perfeccionado en la era digital. Sostiene RSF: “Apoyándose en el uso masivo de las nuevas tecnologías, el presidente chino, Xi Jinping, ha logrado imponer un modelo de sociedad basado en el control de la información y la vigilancia de los ciudadanos”.
En China, más de 60 periodistas y blogueros se encuentran tras las rejas en condiciones deplorables. El régimen es implacable, incluso en situaciones de carácter humanitario: en 2017, Liu Xiaobo, galardonado con el Premio Nobel de la Paz (2010) y el Premio por la Libertad de Prensa de RSF (2004), y el bloguero Yang Tongyan murieron de cáncer; no recibieron el tratamiento médico adecuado cuando estaban encarcelados.
Las sanciones no son solo contra quienes escriben o difunden. La búsqueda de información por parte de ciudadanos, en temas que el régimen chino considera sensibles, puede acarrear la cárcel, incluso cuando se hace uso de un servicio de mensajería “privada” – las comillas son intencionales, ya que no hay privacidad –. El Gran Hermano, el Estado dirigido por el Partido Comunista, observa todo y los ciudadanos lo saben.
El perfeccionamiento chino en materia digital es significativo. Si se colocan en un motor de búsqueda las palabras “Xinhua + desinformación”, como hice al momento de escribir este texto, la primera docena de resultados son noticias chinas acusando de desinformación a países o empresas occidentales.
En relación con la propagación global del coronavirus, RSF expone esta doble cara del régimen: el día que China alertó oficialmente a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la existencia de una neumonía de origen desconocido, de forma simultanea obligó a la plataforma de discusión WeChat a suprimir un gran número de palabras clave que aludían a la epidemia de entonces. Cuando se trata del manejo de información hacia sus connacionales, el régimen parece aplicar aquello de “luz para la calle, oscuridad en la casa”.
En un informe específico realizado por RSF dado a conocer en abril, la organización concluye lo siguiente: “sin el control y la censura impuestos por las autoridades de China, los medios chinos habrían informado a la ciudadanía mucho antes de la gravedad de la epidemia de coronavirus, salvando así miles de vidas y evitando, quizás, la actual pandemia”.
La supuesta “protección” china de la salud de ciudadanos, pero en un contexto en el cual estos están desinformados y sin posibilidad de saber a ciencia cierta las dimensiones del problema, no hace mejor a un régimen que niega las libertades básicas.
La nueva dinámica china, en respuesta a COVID-19, de activar su propia trama de desinformación y propaganda encuentra un aliado en el régimen de Nicolás Maduro y una plataforma en Telesur, necesitada de recursos económicos. Que Venezuela sea una suerte de cabeza de playa para la estrategia de Beijing en español hacia América Latina no resulta, pues, nada extraño.
In general, there was a clear distinction. Russia has been busy overloading social media and related outlets with different theories about any given event in order to create confusion and uncertainty among the public. China has perfected a model of control and censorship. The latter, however, seems to undergo a full transformation in response to the global COVID-19 crisis.
The European Union, for example, in the midst of the coronavirus pandemic, has set off alarms about the misinformation generated by Russia and China. While these two regimes have not yet acted synchronously, Beijing is also disseminating versions of the poor response from the West to COVID-19. In this way, it questions the policies of various nations and exalts ITS “humanitarian aid” along the way.
On September 8, several Venezuelan media outlets reported the arrival of a seventh shipment of “humanitarian aid” from China. This type of propagandistic ploy, whereby the Chinese regime tries to whitewash its image before the world, has been repeated in diverse countries.
Against the backdrop of COVID-19, with so many signs of the responsibility of Chinese health and political authorities, the aid from the Asian giant has not only been destined for poor Third World countries, but also European nations have ended up receiving supplies and donations “made in China”.
Another sign of the metamorphosis that China is undergoing, in the expansion of its informative influence to disseminate its version of reality in Venezuela and Latin America, has been the incorporation of state news agency Xinhua into a prominent place in the website of Telesur, a regional channel of which the Venezuelan regime is the main owner, even with a sub-domain (https://xinhua.telesurtv.net) something that is quite striking.
The economic crisis crippling Telesur, which was even left without money to pay its staff in the midst of the coronavirus pandemic, could be behind a decision like this, along with the incorporation of a weekly program of CCTV-Español, a subscription television channel operated by China Central Television.
In both cases, the media are part of Beijing’s propaganda machine. As mentioned above, China has stood out as an information censoring and controlling regime. The international organization Reporters without Borders (Reporters sans frontières, RSF), headquartered in Paris, has repeatedly requested that the European Union (EU) impose sanctions on Xinhua and CCTV. The commercial weight of Beijing has so far spared it from being penalized for disinformation or censorship.
The EU, conversely, has applied pressure on the major online communication platforms (Google, Facebook, Twitter) so that they act vicariously against the disinformation strategy of Russia and China. Last August, for example, YouTube announced that it had eliminated 2,500 accounts originating in China dedicated to disinformation.
In Beijing, they have learned a strategy that until some time ago was typically Russian. Several of these accounts were dedicated to shedding doubt and uncertainty on the U.S. strategy towards COVID-19.
It is worth reviewing the general background. The lack of freedoms is what has distinguished China since the establishment of the communist regime in 1949. The 1948 Universal Declaration of Human Rights has been dead letter in the Asian giant.
Censorship in China, in a general framework of absent freedoms, has been perfected in the digital age. RSF holds: “By relying on the extensive use of new technology, President Xi Jinping has succeeded in imposing a social model in China based on control of news and information and online surveillance of its citizens”.
In China, over 60 journalists and bloggers are behind bars in deplorable conditions. The regime is ruthless, even in humanitarian situations: in 2017, Liu Xiaobo, recipient of the Nobel Peace Prize (2010) and the RSF Press Freedom Prize (2004), and blogger Yang Tongyan died of cancer; they did not receive proper medical treatment while in prison.
Sanctions are not just against those who write or broadcast. The search for information by citizens, on issues that the Chinese regime considers sensitive, may entail time in prison, even when a ‘private’ messaging service is used – quotes are intentional, as there is no privacy. The Big Brother, the Communist Party-led State, watches everything and the citizens know it.
China’s digital sophistication is significant. If the words “Xinhua + disinformation” are entered on a search engine, as I did at the time of writing this piece, the top dozen results are Chinese news accusing Western countries or companies of disinformation.
Regarding the global spread of the coronavirus, RSF exposes this double face of the regime: The day China officially alerted the World Health Organization (WHO) to the existence of pneumonia of unknown origin, it simultaneously forced platform WeChat to delete a large number of keywords that alluded to the then epidemic. When it comes to trusting fellow Chinese with information, the regime does not seem to believe that blood is thicker than water.
In a specific report by RSF released in April, this organization concludes as follows: “without the control and censorship imposed by the authorities, the Chinese media would have informed the public much earlier of the severity of the coronavirus epidemic, sparing thousands of lives and perhaps avoiding the current pandemic”.
The supposed Chinese “protection” of citizens’ health, but in a context within which they are misinformed and unable to know for sure the scope of the problem, does not make a regime that denies basic freedoms any better.
The new Chinese dynamic, in response to COVID-19, of activating its own scheme of disinformation and propaganda finds an ally in the regime of Nicolás Maduro and a platform in Telesur, hungry for cash. Venezuela being a beachhead of sorts for Beijing’s Spanish-language strategy towards Latin America is therefore not surprising.
