By Ingrid Jiménez

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La diplomacia de las vacunas
Por Ingrid Jiménez

Mientras las grandes farmacéuticas venden sus vacunas contra la COVID-19 a los países ricos, Rusia vende su Sputnik V a los pobres, entre ellos latinoamericanos, y desinforma sobre las desarrolladas en Occidente.

En 1957 durante plena Guerra Fría, la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas lanzó al espacio su primer satélite, denominado Sputnik, adelantándose a los Estados Unidos en la carrera espacial. En la actualidad, la Rusia de Vladimir Putin, con más de 144 millones de habitantes y una economía en crisis afectada por la pandemia, exhibe sin rubor el legado soviético y su más reciente logro: la primera vacuna contra la COVID- 19, que lleva el nombre del mítico satélite soviético.

En plena pandemia, en agosto del 2020 el Presidente Putin anunció el desarrollo de la vacuna. La Sputnik V inmediatamente despertó dudas en la comunidad científica al ser presentada antes de la Fase III, correspondiente a las pruebas masivas, en la que los investigadores evalúan a plenitud la eficacia y seguridad de la vacuna.

En los meses siguientes, Pfizer, Moderna y AstraZeneca desarrollaron vacunas eficaces. Como era de esperarse, países más ricos como Canadá, Reino Unido, los Estados Unidos y los de la Unión Europea compraron la mayor parte de la producción de las grandes farmacéuticas, dejando a los países pobres y de ingresos medios con pocas posibilidades de adquisición.

Sin embargo, las dudas en torno a la efectividad de la vacuna rusa fueron acalladas recientemente. Según los ensayos clínicos publicados por la prestigiosa revista médica The Lancet, la Sputnik V tiene una eficacia de 91,6% frente a la COVID -19.

En América Latina, solo algunos gobiernos de izquierda como Venezuela, Argentina y Bolivia habían manifestado su interés por Sputnik. Tras la publicación de la investigación, alrededor de 50 países solicitaron más de 2.400 millones de dosis.
Incluso el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Josep Borrell, manifestó que el apoyo que dio la comunidad científica a la vacuna es “una buena noticia para la humanidad”. Asimismo, espera que la Agencia Europea de Medicamentos certifique su eficacia.

No obstante, una parte de Europa mantiene sus reservas con respecto a las implicaciones políticas de la compra de la vacuna rusa. El Ministro de Salud alemán Jens Spahn lo dijo muy claramente: “Rusia y China están haciendo política exterior con las vacunas tratando de ganar influencia”.

Para América Latina, que ha sido duramente golpeada por el virus, la posibilidad de acceso a la vacuna constituye una esperanza de inmunizar a gran parte de su población, además del primer paso para comenzar a pensar en un futuro postpandemia.
Para Rusia, significa una oportunidad de negocios y la ampliación de su presencia en la región, más allá de la Venezuela de Maduro. La marea izquierdista en los gobiernos de la región puede abrir la posibilidad de relaciones de cooperación más estrechas al menos con Argentina, México, Bolivia y probablemente Ecuador.

El éxito de la Sputnik V fortalece la narrativa del gobierno ruso, que desea mostrar a Occidente que Rusia está enfrentando mejor la pandemia. Para difundir su mensaje, no duda en recurrir a la desinformación, estrategia que hasta ahora le ha funcionado para dividir y sembrar dudas entre los adversarios.

La desinformación rusa ha apostado por desprestigiar las vacunas occidentales. Investigadores de la Unión Europea han encontrado que estas campañas se dirigen a los países que tienen mayores casos de COVID-19 como Brasil, Indonesia y la India. La campaña califica a las vacunas occidentales como experimentales y las acusa de basarse en tecnologías no comprobadas. Por el contrario, presenta a Sputnik como mejor y más eficaz que todas las vacunas occidentales.
Pareciera ser que el histórico enfrentamiento entre Rusia y Occidente se ha trasladado al ámbito de la carrera por las vacunas. Rusia no va a desaprovechar la oportunidad de recuperar su prestigio de superpotencia, perdido tras la disolución de la Unión Soviética, así como de ampliar su área de influencia a través de acuerdos de cooperación con los gobiernos de América Latina y Europa, independientemente de sus preferencias ideológicas.

Tampoco se puede soslayar que, a lo interno, Putin necesita mantener su férreo control sobre el país desde hace 20 años, ante los signos de cansancio que ya comienzan a asomarse. El éxito de Sputnik V le será muy útil en su proyecto de mantenerse en el poder hasta el 2036.

Tras un año de pandemia, resulta inquietante comprobar que los gobiernos autoritarios se han fortalecido, amparados por las restricciones impuestas por el virus. Por ello, la Sputnik V no solo constituye un gran logro científico sino también político para la alicaída Rusia.

While Big Pharma sells its COVID-19 vaccines to rich countries, Russia sells its Sputnik V to poor ones, including Latin America, and spreads disinformation about those developed in the West.

In 1957, at the height of the Cold War, the then Union of Soviet Socialist Republics (USSR) launched its first satellite into space, named Sputnik, getting ahead of the United States (US) in the space race. Today, Vladimir Putin’s Russia, with a population over 144 million and an economy in crisis affected by the pandemic, unabashedly displays the Soviet legacy and its most recent achievement: The first vaccine against COVID-19, named after the mythical Soviet satellite.

Amidst the pandemic, in August 2020, President Putin announced the development of the vaccine. Sputnik V immediately aroused doubts among the scientific community as it was introduced before Phase III, corresponding to mass testing, during which researchers fully assess the vaccine’s efficacy and safety.

In the following months, Pfizer, Moderna, and AstraZeneca developed effective vaccines. As expected, richer countries such as Canada, the United Kingdom, the US, and those in the European Union (EU) bought most of the production from Big Pharma, leaving poor and middle-income countries with little chance of purchasing it.

However, doubts about the effectiveness of the Russian vaccine were recently put to rest. According to clinical trials published by the prestigious medical journal The Lancet, Sputnik V is 91.6% effective against COVID-19. 

In Latin America, only a few left-wing governments such as Venezuela, Argentina, and Bolivia had shown interest in Sputnik. Following the publication of the research, some 50 countries requested over 2.4 billion doses. 

Even the European Union’s High Representative for Foreign Policy, Josep Borrell, said that the support given by the scientific community to the vaccine is “good news for the whole mankind”. He also hopes that the European Medicines Agency will certify its effectiveness.

However, part of Europe has reservations about the political implications of purchasing the Russian vaccine. German Health Minister Jens Spahn put it bluntly [source in Spanish]: “Russia and China are playing foreign policy with vaccines, trying to gain influence”. 

For Latin America, which has been hard hit by the virus, the possibilities accessing the vaccine constitute a hope of immunizing a large part of its population, as well as the first step to start thinking about a post-pandemic future.

For Russia, it means a business opportunity and the expansion of its presence in the region, beyond Maduro’s Venezuela. The leftist tide in the region’s governments may open the possibility of closer cooperative relations at least with Argentina, Mexico, Bolivia, and probably Ecuador. 

Sputnik V’s success strengthens the narrative of the Russian government, which wants to show the West that Russia is coping better with the pandemic. To spread its message, it does not hesitate to resort to disinformation, a strategy that has so far worked to divide and shed doubts among its adversaries.  

Russia’s disinformation has gambled on discrediting Western vaccines. European Union researchers have found that these campaigns target countries with the highest cases of COVID-19 such as Brazil, Indonesia, and India. The campaign labels Western vaccines as experimental and accuses them of relying on unproven technologies. On the contrary, it portrays Sputnik as better and more effective than all Western vaccines.

It seems that the historical confrontation between Russia and the West has moved onto the stage of the vaccine race. Russia will not miss the opportunity to regain its standing as a superpower, lost after the dissolution of the USSR, as well as to expand its area of influence through cooperation agreements with the governments of Latin America and Europe, regardless of their ideological leanings. 

Nor can it be overlooked that, domestically, Putin needs to keep his iron grip on the country for the last 20 years, in view of the signs of fatigue that are already beginning to show. Sputnik V’s success will be very useful in his agenda to stay in power until 2036.

After a year of pandemic, it is disturbing to see that authoritarian governments have grown stronger by the restrictions imposed in reason of the virus. Sputnik V is therefore not only a great scientific achievement, but also a political one for ailing Russia.

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