Multilateralism seems to be the new U.S. president’s gamble while promoting democracy as an antidote to authoritarianism and deterrent on the influence of China and Russia, without major initiatives and priorities in our region.
By Ingrid Jiménez
En español
Biden y la agenda democrática en América Latina
El multilateralismo parece ser la apuesta del nuevo presidente de los EE. UU. mientras promueve la democracia como antídoto al autoritarismo y freno a la influencia de China y Rusia, sin mayores iniciativas y prioridades, en nuestra región
Por Ingrid Jiménez
Después de los primeros 100 días del presidente estadounidense John Biden, se definen claramente cuáles serán sus prioridades en política exterior y el papel de América Latina dentro su agenda.
Desde la campaña electoral, el presidente recién iniciado en el cargo ha enfatizado que los mayores desafíos para la política exterior de los Estados Unidos en este momento lo constituyen Rusia y China. Biden ha expresado claramente que su país se comprometerá de nuevo con la defensa de los valores democráticos y los Derechos Humanos en el mundo, marcando distancia de Trump y acogiendo de nuevo las prioridades fijadas por su antecesor del Partido Demócrata, Barack Obama.
Resulta claro que las vías para lograr este objetivo serán la diplomacia y la acción conjunta. Para ello, uno de sus lineamientos fundamentales es el retorno al multilateralismo de la mano de sus socios europeos, tan vapuleados durante la era Trump.
Luego de cuatro años en los que Estados Unidos se cerró en sí mismo y perdió por voluntad propia espacios importantes en la política global, lidiar con Rusia y China no será nada fácil.
En sus primeros discursos como presidente, Biden hizo saber que los abrazos con Rusia terminaron y que China representa una amenaza para los Estados Unidos, marcando así una postura mucho más confrontadora con ambas potencias.
La Rusia de Putin es hoy una potencia en declive que carece de la estatura de la Unión Soviética y no puede competir con los Estados Unidos. Para el profesor Gustavo Pastor, “aunque Rusia tiene una capacidad probada para provocar un enorme daño en el escenario internacional, está muy lejos de ser un competidor de fuste para Estados Unidos”. Además, la naturaleza de su enfrentamiento con los Estados Unidos tiene profundas raíces históricas.
China es otra cosa. Su crecimiento económico ha sido exponencial en las últimas dos décadas, desarrollando un sistema autoritario casi perfecto que no deja ningún resquicio a la disidencia, y que parece haberse fortalecido con la pandemia de la COVID-19. Por otro lado, su discreta diplomacia, respetuosa del principio de no intervención, promueve su modelo político en el mundo bajo el convencimiento de su superioridad frente a Occidente.
En este momento, para los Estados Unidos de Biden, América Latina no representa una prioridad. De hecho, durante la campaña electoral, una de las pocas propuestas concretas fue una oferta de apoyo económico de USD 4.000 millones a los países centroamericanos en las áreas de seguridad, gobernanza y migración, así como más opciones para la solicitud de asilo a los migrantes varados en México.
Con respecto a Venezuela, uno de los mayores enclaves autoritarios de la región, todo parece indicar que le dará continuidad a la política de sanciones de Trump y, al menos en el corto plazo, no se avizora la promoción de otro tipo de iniciativa.
América Latina ha quedado una vez más postergada de la agenda de política exterior de los Estados Unidos, al tiempo que China y Rusia han buscado pacientemente la manera de estrechar los lazos con la región. La fortaleza económica de China la ha convertido en un factor de peso, invirtiendo tiempo y recursos para inclinar la balanza a su favor. Actualmente, China es el mayor socio comercial de países como Argentina, Brasil, Chile y Bolivia.
A través de la cooperación con motivo de la pandemia, el país asiático ha sabido posicionarse en América Latina como un colaborador interesado en aportar donaciones, venta de material médico y su vacuna Sinopharm.
La presencia rusa es mucho más tímida y sus relaciones con Venezuela se han intensificado considerablemente; pero sin duda también se encuentra tratando de ganar espacio y la vacuna Sputnik V parece ser el instrumento ideal.
A pesar de que la gran mayoría de los países latinoamericanos ha dejado atrás su pasado de dictaduras y violaciones a los Derechos Humanos, el continente está a punto de atravesar una tormenta perfecta en el marco del recrudecimiento de la pandemia en la mayoría de los países, especialmente en Brasil, donde ya adquirió visos de tragedia. Gobiernos democráticos deslegitimados, crisis económica y social y el resurgimiento del populismo autoritario, amenazan las frágiles democracias, por lo que la cruzada del Presidente Biden a favor de la democracia contaría con un amplio margen de acción en los debilitados sistemas políticos de sus vecinos latinoamericanos.
En América Latina, nada está dicho cuando se trata de democracia. No pocos políticos en la región estarán pensando en la conveniencia de fortalecer alianzas con gobiernos para los cuales las violaciones a los Derechos Humanos y el irrespeto a la democracia resultan irrelevantes.
La consolidación de nuevos enclaves autoritarios en la región generará nuevas olas de migraciones, crisis económica e inestabilidad política.
After U.S. President John Biden’s first 100 days in office, his foreign policy priorities and the role of Latin America on his agenda are clearly defined.
Since his run for office, the newly inaugurated president has emphasized that the biggest challenges for U.S. foreign policy at this time are Russia and China. Biden has clearly stated that his country will recommit to the defense of democratic values and Human Rights worldwide, distancing itself from Trump and once more embracing the priorities set by his Democratic Party predecessor, Barack Obama.
It is clear that the means to achieve this goal will be diplomacy and joint action. To this end, one of his primary guidelines is the return to multilateralism hand in hand with his European partners, so battered during the Trump era.
After four years in which the United States closed in on itself and, by own choice, lost important spaces in global politics, engaging with Russia and China will not be easy.
In his initial presidential addresses, Biden made it known that hugs with Russia are over and that China poses a threat to the United States, thereby marking a much more confrontational stance with both powers.
Putin’s Russia is today a declining power that lacks the standing of the Soviet Union and cannot compete with the United States. For Professor Gustavo Pastor, “although Russia has a proven capacity to cause significant damage in the international arena, it is far from being a serious contender for the United States”. Furthermore, the nature of its confrontation with the United States has deep historical roots.
China is something else. Its economic growth has been exponential in the last two decades, developing a near-perfect authoritarian system that leaves no room for dissent and which seems to have grown stronger with the COVID-19 pandemic. On the other hand, its discreet diplomacy, respectful of the non-intervention principle, promotes its political model around the world under the persuasion of its superiority vis-à-vis the West.
At this moment, for Biden’s United States, Latin America does not represent a priority. In fact, during the campaign trail, one of the few concrete proposals was an offer of USD 4 billion for economic support to Central American countries in the areas of security, governance, and migration, as well as more options for asylum petitions from migrants stranded in Mexico.
With respect to Venezuela, one of the largest authoritarian enclaves in the region, everything seems to indicate that Trump’s sanctions policy will continue and, at least in the short term, no other kind of initiative is expected to be advanced.
Latin America has once again been downgraded the U.S. foreign policy agenda, while China and Russia have patiently sought ways to solidify ties with the region. China’s economic strength has made it a compelling stakeholder, investing time and resources to tip the balance in its favor. China is currently the largest trading partner of such countries as Argentina, Brazil, Chile, and Bolivia.
Through cooperation during the pandemic, the Asian country has managed to position itself in Latin America as a supportive partner interested in contributing donations, the sale of medical material and its Sinopharm vaccine.
Russia’s presence is much more tentative and its relations with Venezuela have intensified significantly; but it is undoubtedly also trying to gain space and the Sputnik V vaccine seems to be the ideal tool.
Although the vast majority of Latin American countries have left behind their past of dictatorships and Human Rights violations, the continent is about to go through a perfect storm in the midst of a worsening pandemic in most countries, especially in Brazil, where it has already grown to tragic proportions. Delegitimized democratic governments, economic and social crisis, and the resurgence of authoritarian populism threaten fragile democracies, so President Biden’s pro-democracy crusade would have plenty of room for action among the weakened democracies of his Latin American neighbors.
In Latin America, nothing is final when it comes to democracy. More than a few politicians in the region will be mulling over the convenience of strengthening partnerships with governments for whom Human Rights violations and disrespect for democracy are irrelevant.
The consolidation of new authoritarian enclaves in the region will cause new waves of migration, economic crisis, and political instability.